¿Músicos en el metro o silencio absoluto?

Aquellos que vivís en grandes ciudades y usáis el transporte público estaréis acostumbrados a escuchar en el vagón, sin aviso ni opción alguna, a músicos de viento, cuerda, voz y toda suerte de artefactos reciclados. Algunos de ellos nos irritan, nos desconcentran o simplemente nos martillean con el «Bésame mucho».

En el metro de Londres el silencio en los vagones es una constante que sólo se ve interrumpida por estaciones de recogidas de horda turista, el avance progresivo de las horas del día y la happy hour sobre-regada de alcohol entre las seis y las nueve de la noche.

El silencio en el transporte suele ser perfecto para aquellos que vamos al trabajo como cerdos al matadero. Poco espacio y compartir las fragancias corporales ajenas sólo se puede compensar con la tranquilidad de tus pensamientos. Si pillas asiento lees y si te quedas de pie y tienes el pulgar como el bíceps de Arnold Schwarzenegger puedes mirar el correo, whatsappear o leer en el móvil.

Comparo la experiencia de la suerte de acordeón que algunos músicos introducen en el vagón cual alijo de drogaína pura, machacan con la misma canción cada mañana y acompañan la letárgica interrupción de tus pensamientos con una cara de aburrimiento extremo y desidia. Digo que comparo esto con el grupo de músicos que entraron en el vagón ésta mañana gritando «good morning» con una sonrisa, desenfundaron saxos y trompetas y empezaron a tocar «hit the road Jack» the Ray Charles.

Una parada de metro de tiempo para que el ritmo contagioso de ésta canción se convierta en unos segundos de alegría y provoque sonrisas a ambos lados del vagón. Cientos de pies seguían el ritmo con la música y muchos otros labios balbuceaban la letra del tema.

La música son emociones, como la alegría y ésta, a su vez, es contagiosa. La fuerza de cientos de caras sonriendo a tu alrededor convierten un día cualquiera en un día mejor. Es importante recordar que sonreír ejercita músculos y todo eso, pero además te libera del estrés.

Pienso en el pobre señor que mortecinamente toca a Sara Montiel cada mañana, como una especie de castigo. La reacción de la gente no es la misma, no se produce ese efecto positivo, ¿qué es lo que sucede?

Quizás podemos justificar que es un músico sin talento, pero no es cierto, ejecuta la pieza con bastante precisión. Quizás el problema está en el repertorio, pero también es verdad que podría innovar, tomar otra canción o incluso improvisar. Nada de eso sucede, sólo el beso de Sara.

Creo que la música no es sólo un músico tocando, creo que la audiencia es corresponsable de lo que allí sucede. El acto completo es la retroalimentación que el músico percibe y la manera que le inspira a tocar. Debe haber una química positiva entre emisor y receptor.

La música, como comunicación, tiene todo aquél proceso de emisor, receptor, canal, medio y mensaje. El «baile de los pajaritos» a las nueve menos diez de la mañana es un mal mensaje, en un entorno donde el receptor está encerrado en su propia mente: leyendo, whatsappeando, escuchando música o llamando por teléfono.

Quizás es necesario que nos planteemos qué necesita ése músico que nos tortura con el acordeón para animarle a mejorar, a cambiar de canción, a entender por qué lo que hace no nos gusta. Y si lo hace, si eres de quien disfruta con ello, no te limites a darle unas monedas, dale una sonrisa y anímale a seguir.

Robert Barber
Socializando

Robert Barber

Fundador de Magazing y de Gerunding Publishing.

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