Sofia: La otra gran cineasta Coppola

Sofia Coppola lleva cine en las venas. Forma parte de la historia del séptimo arte desde que era un bebé. Y es de justicia repasar su corta y ya brillante trayectoria. Espectador despistado en aquel bautizo de El Padrino con montaje paralelo sangriento la criatura que era recibida a la vida cristiana era Sofia. Créame, por favor.

La volveríamos a ver en la saga como niña y ya como adulta en una tercera parte donde la crítica la masacró. Aquella experiencia amarga la marcó de tal manera que dejó la actuación. Sin embargo, ni el más ácido de los críticos ni la sombra gigante de su padre amedrentó a una mujer que tenía cosas que contar y una visión como autora que sorprendería a propios y extraños en su deslumbrante ópera prima.

Las vírgenes suicidas sigue siendo uno de los debuts más potentes de los últimos 20 años. Una película indie que nos presentó un universo adolescente cerrado marcado por la represión sexual. Bajo el sello de la productora familiar, las andanzas de Kirsten Dunst y sus fascinantes hermanas nos descolocaron y pudimos asistir a un nacimiento o más bien reinvención. Había vida más allá de mafiosos, guerras de Vietnam alucinadas. Existía otra persona de mismo apellido que sabía contar historias con una cámara.

Seguro que muchos malpensados o desconfiados especulaban con la posibilidad de que su padre le habría echado un cable. Con su segundo proyecto los más malvados esperaban afilar sus guadañas para escribir la frase ventajista por antonomasia: «Ya lo dije yo».

Y llegaron Charlotte y Bob Harris y sus vidas caóticas, llenas de soledad y melancolía y entonces tuvieron que rendirse. Lost in translation es su confirmación y a día de hoy y a falta de ver La seducción, su mejor película. Una película que contiene magia. Que capta un momento y un lugar con un realismo que asusta. Que logra retratar el desconcierto de la vida moderna.

Aborda varios asuntos y a la vez lo que nos cuenta en sencillísimo: Dos almas perdidas que se encuentran. En ninguna otra película he visto a Bill Murray y Scarlett Johansson brillar tanto. Su química traspasa la pantalla. Es una dirección de actores sensacional porque parece que no existe y que no actúen. Si es una historia de amistad o de amor es un debate eterno. Igual que el contenido de ese susurro final.
Todo lo que aparece en pantalla fluye, nada es impostado. La música, los compañeros de juerga, el karaoke, las correrías nocturnas por el centro de Tokio. Cuando suena Just Like Honey de The Jesus and Mary Chain, se funde a negro y aparecen los títulos de crédito a uno no puede más que aplaudir.

Manuel Cobo

Manuel Cobo

Abogado no ejerciente y cinéfilo empedernido. Siempre en decadencia.

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