Texas 1868: abrazar a Ethan Edwards

The Searchers o Centauros del desierto como se tituló en España sigue siendo un hito cinematográfico. Quizás la cota más alta a la que ha llegado el género western. Un clásico de John Ford que posee imágenes de un poderío abrumador.

Desglosar todos sus aciertos resulta agotador. Así que si en algún momento me quedo sin palabras, me ayudaré de las de otros cineastas que quedaron igual de estupefactos cuando contemplaron esta película de 1956 por primera vez.

Sólo el arranque con ese letrero, nos indica que vamos a presenciar un relato enclavado en territorio aún salvaje. Una historia del Estado de la estrella solitaria. Seguidamente una mujer abre una puerta y vemos la luz, la cámara avanza y somos testigos de la llegada de una persona querida para los habitantes de esa casa.

Estamos sin duda, ante uno de los mejores inicios del séptimo arte. Grabado a fuego en el imaginario colectivo. El final tendrá la misma dinámica y será igual de mítico. Sin ir más lejos, otro maestro más reciente y devorador de cine llamado Martin Scorsese homenajearía esta escena en Gangs of New York.

A veces, es inevitable preguntarse como un director en los años 50 era capaz de rodar en espacios naturales tan inmensos y majestuosos con esa precisión técnica. Con tantos extras, caballos, especialistas y acción. Esa profundidad de campo que hace que todo Monument Valley aparezca en pantalla es simplemente insuperable y convierte a ese territorio devastado en un personaje más y nos proporciona esa sensación de poder que poseen ciertos lugares para moldear a su antojo a los seres humanos que en ellos habitan.

Seres humanos feroces y tiernos. Colonos e indios, comanches y yankees. Todos ellos bañan de sangre esa tierra roja. John Ford siempre fue adjetivado como un director conservador cuando no directamente racista. En lo concerniente a esta película uno de sus mayores valores es que Ford no juzga a los personajes.

El protagonista principal, Ethan Edwards (deslumbrante El Duque) antihéroe por antonomasia del cine, es un soldado que regresa de la guerra cansado y descreído. Es un soldado y un pistolero. También es un asesino. Su odio a los indios no se disimula. Tememos por su sobrina pequeña no sólo por lo que le hayan podido hacer Cicatriz y los suyos, si no también por la actitud de su tío. Sentimos la angustia de su medio-hermano mestizo. Y sin embargo, en esa epifanía final todos queremos abrazar a ese hombre grande y viejo como hace Natalie Wood.

Es la grandeza de una película que no ahorra en detalles. Detalles como la inagotable búsqueda y persecución a lo largo de ese paisaje inabarcable y cambiante por las estaciones. El horror y a la vez violencia oculta que aparecen en escenas como la de la casa incendiada y el vestido ensangrentado. O cuando Ethan intenta ocultar al novio de su sobrina mayor el fatal desenlace de ella.

También llama poderosamente la atención como se muestra la masacre a los nativos americanos que infringe el séptimo de caballería. Era algo inédito por aquel tiempo ver en un western una escena así. No hay que olvidar que el irlandés del parche le dedicó una trilogía a este cuerpo/institución estadounidense.

Y es que El Patrón o Natani Nez (como lo denominaban los navajos que trabajaron en el rodaje) era un artista que no le preocupaba lo que opinaran de él la crítica o el público. Lo que realmente le importaba era que sus personajes tuvieran verosimilitud; es decir, que respiraran verdad. Y desde luego esa característica la consiguió con creces. A fuer que muchas otras características.

Por ejemplo, se cuenta que Akira Kurosawa sentía fascinación por la fotografía y paleta de colores que se despliegan en la pantalla. John Millius ha afirmado que ha visto la cinta unas 60 veces. El recientemente fallecido Curtis Hanson afirmó que si bien su estilo y temática no guarda puntos en común con el de Ford, esta es la película que le hizo decidirse por este oficio. Anécdotas similares recogen tipos igual de grandes como Steven Spielberg o Martin Scorsese entre otros.

Al final resulta complicado aportar algo nuevo de una obra maestra de 1956 tantas veces analizada por grandes como los anteriormente citados. ¿He dicho ya que el momento en el que el reverendo se toma el café mientras la cuñada de Ethan le trae el abrigo es una escena de 10 sobre 10?

Ha llegado el momento de recomendar a los que aún no conozcan este tótem a que la vean y saquen sus propias conclusiones. Puede que en algún momento el personaje que menos te esperas te robe el corazón. Puede ser ese mestizo valiente, puede que el reverendo, la paciente y enérgica Laurie o el adorable fan de las mecedoras. Al que firma este ladrillo le sucedió con la bondadosa india que respondía al nombre de Look.

Manuel Cobo

Manuel Cobo

Abogado no ejerciente y cinéfilo empedernido. Siempre en decadencia.

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