Shyamalan vuelve a casa

El director de El Protegido estrenó nueva obra en 2017. Un autor que en los últimos años se había perdido entre jóvenes del agua, incidentes, blockbusters penosos y alguna serie que era un revoltijo de referencias a otras mejores. Y es probable que siga en esa frustrante senda, pero en esta ocasión he querido atisbar una brizna de esperanza que responde al nombre de Múltiple.

El peculiar director indio; ese al que algunos denominan «guardián de lo extraño«, ha vuelto a sus orígenes. O lo que es lo mismo, ha regresado al paisaje y paisanaje de lo «distinto».

Lo que se nos despliega en pantalla es un thriller de suspense con toques adacadabrantes de comedia y siempre cercano o de lleno en el terror, o más bien, en el escalofrío.

Más allá del lucimiento personal de James McAvoy (sensacional) y de la no menos brillante Anya Taylor-Joy (vaya mirada); M. Night Shyamalan realiza una apología de los supervivientes. Los supervivientes de infiernos ocultos a simple vista. Bajo esa estructura de típico slasher, el también guionista, hace un estudio de personajes a través de detalles sutiles. Por ejemplo: la planificación de la escena del secuestro donde se percibe de forma fehaciente los universos de distancia existentes entre las chicas.

Una vez planteada la premisa al espectador, el ritmo pausado pero siempre in crescendo nos regala escenas de inteligencia emocional y flashback que nos hablan que hay detrás de la prisionera con más opciones de salir victoriosa y escapar de su secuestrador.

Sin duda, hay un personaje que no encaja en este puzzle de angustia y laberintos mentales. Su modo de actuar no es coherente y a pesar de estar bien encarnada por la veterana Betty Buckley, es inevitable pensar que se trata de una mera excusa argumental para que entre en escena el más fantástico de los seres que habitan este film. Claro que si el libreto hubiera sido perfecto igual estaríamos ante una cinta de David Fincher.

Aún con todo, este es el Shyamalan que más ha maravillado a los espectadores. Ese que hace crecer sus películas a través de la incertidumbre. El que se mueve entre seres heridos. De heridas y de dolor va esta historia. Heridas no cicatrizadas y la capacidad transformadora de esos traumas (para bien o para mal).

Durante el primer visionado es inevitable albergar el temor de que el edificio se venga abajo con unos de esos finales marca de la casa. Ese efecto desconcertante, rallando el ridículo (lo que viene siendo quedarse con cara de Mark Whalberg mirando vegetación asesina) afortunadamente no se da.

Y es que el portero del edificio de la psiquiatra muestra los lugares comunes y arquetipos del género, rozándolos deliberadamente para guiño cómplice con el cinéfilo veterano, y luego gira hacia un lugar interesante. El de la empatía del monstruo. Ya sabéis: «Los heridos son los puros».
Y es que más allá de la ficción, detrás de historias de psicópatas y asesinos de manual, a veces se esconden matices y dudas que nos dejan aún más aterrados. Esta es una de esas historias.

Shyamalan se ha reconciliado con su cine. El hogar de los protegidos por el halo especial de la incomprensión. Donde habita lo desconocido. Bienvenido a casa.

Manuel Cobo

Manuel Cobo

Abogado no ejerciente y cinéfilo empedernido. Siempre en decadencia.

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