Michael Corleone: todo lo que quisiste ser
¿Quién no ha querido ser alguna vez tan poderoso como la figura que encabeza el título de este texto? ¿Quién no ha fantaseado con el poder absoluto? Con la influencia y la capacidad de mando que haga que con un simple gesto sentencies la vida de otros enemigos. Michael Corleone encarna todas esas fantasias y muchas más. Se trata de un personaje siniestro y a la vez trágico. Un heredero inesperado de un imperio del que él renegaba.
«Yo no soy mi padre» le llega a decir a su novia al principio de la primera película. Escena en la que aparece con el traje de gala del ejército. Otra seña de distinción respecto al resto de su familia. Brillante Coppola hasta en los pequeños detalles una vez más. La trilogía que cambió el cine va sobre todo de las vicisitudes de este personaje, más allá de la alargada sombra de ese padre gigantesco. Por cierto, justo al contrario que otra famosa saga galáctica en la que parece que todo gira en torno al hijo y en realidad va sobre el viaje de ida y vuelta del padre.
Pero no nos desviemos de Michael (Al Pacino en su mejor encarnación) y sus peripecias. Una vez superado su proceso iniciático de bautismo de sangre en el restaurante (otra escena de un dominio de la técnica cinematográfica apabullante) regresa de su exilio con otra mirada. La mirada del vengativo siciliano. Un don tan siniestro y tenebroso que hará que su hermana en el clímax final de la primera parte y su ex-mujer Diane Keaton en una escena brutal de la segunda se lo reprochen.
Una espiral de tragedia Shakesperiana que comenzó accidentalmente al tener que ocupar un puesto al que no está predestinado. «Tenía otros planes para ti».
Pero los Corleone no estaban hechos para la luz pública. Así nos lo recuerda la fotografía de Gordon Willis. Ellos son los marionetistas. Y aunque en el epílogo menor y aún así reivindicable de la tercera parte vemos como acaba nuestro malvado protagonista. Albergamos como espectadores una intuitiva equidistancia. Y es que a pesar de lo repugnante de sus actos, del rencor, de la frialdad; aún en ese corazón putrefacto de poder y corrupción atisbamos un hilo de esperanza. El hilo que se rompe para siempre en la escalinata de la ópera. El grito de un hombre que estaba predestinado a sufrir y hacer sufrir. El personaje que atraviesa la obra re-fundacional del cine americano.
Todos quisimos ser Michael Corleone alguna vez. No podemos negarlo.
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