Ghost in the Shell: Ciberpunk sin alma

Rupert Sanders lo sigue intentando con entusiasmo. Después del infierno personal de «Blancanieves y la leyenda del cazador», el director ha abordado otra empresa más ambiciosa. Llevar al cine en el formato de actores en carne y hueso el anime de culto de 1995; o lo que es lo mismo, la obra maestra del ciberpunk «Ghost in the Shel».

A priori, el manga de Masamune Shirow se antojaba un material demasiado complejo de adaptar para un realizador que está dando sus primeros pasos. No hay que olvidar que este es su segundo largometraje.


Lamentablemente su visionado confirma las sospechas. Aún así, hay que ser justos y decir que el film posee aciertos. Factura técnica y estética adecuadas y primeros 20 minutos potentes. Sin embargo, a partir de ahí todo se diluye en un blockbuster rutinario.

No encontramos ni rastro del halito poético y filosófico que caracterizaba a la obra original. Como mucho, algún apunte de soslayo aquí y allá por parte de una Scarlett Johansson en piloto automático. Incluso en la divertida fumada de «Lucy» del no menos flipado Luc Besson, la estrella de «Los vengadores» le ponía más entusiasmo. Su discutida y discutible presencia aquí como protagonista (otro caso de occidentalización de un personaje asiático) era la baza y piedra angular sobre la que recaía gran parte del posible éxito de la cinta, más allá de lo puramente comercial. Una lástima.

También da pena ver como Sanders y su guionista han podado el subtexto y se han limitado a seguir una trama de a,b y c. Hasta el villano o villanos se encuentran dibujados con una aparente desgana o abulia para indignación del fan más incondicional. Vemos aparecer en pantalla intérpretes como Juliette Binoche, Takeshi «no envíes a un conejo a cazar a un zorro» Kitano o Michael Pitt con caras de despiste o pereza. Dando la impresión de no creer mucho en lo que estaban haciendo. Sorprende que sea el televisivo Pilou Asbaek el que más personalidad imprima a una película sin alma.

Cruel ironía para una cinta que presume de ello en el mismo título y que debió profundizar en las aguas fría llenas de medusas del espíritu humano. En este regreso a la gran urbe japonesa Motoko Kusanagi y su soledad resultan tan artificiales como su cuerpo sintético. No está cerca de conectar con nadie como lo hizo Charlotte con Bob Harris en esa misma ciudad tiempo atrás.

Si el cuento de los hermanos Grimm se convirtió en una película confusa; el ciberpunk existencialista y distópico tampoco parece que sea un género en el que navegue con soltura. En todo caso, se agradece el esfuerzo. Ahora si me disculpan voy a rememorar lo que hizo Mamoru Oshii allá por mediados de los 90.

Manuel Cobo

Manuel Cobo

Abogado no ejerciente y cinéfilo empedernido. Siempre en decadencia.

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